
Algún que otro perro que pasa mojado y atento a todos los ruidos que le llegan de todas partes. Gente que pasa luchando y arqueándose, tratando de esquivar un viento que se muestra indiferente e implacable en su afán de desnudar, sacudir, remover y demostrar que cuando quiere todo y todos somos frágiles y vulnerables a una mínima reacción de la naturaleza...
Estos días, cuando no tengo la obligación de salir a cierta hora, cuando no me empujan relojes, cuando la prisa no me desvía de la esencia de las cosas y puedo ser un poco más observadora, y me permito disfrutar de ello, es cuando me doy cuenta cuán necesario es que pase de vez en cuando un temporal que como éste, sacuda y haga caer lo que sólo pende por inercia de mí. Recuerdos que han aguantado temporales y tempestades y a su vez han generado otros en un ciclo de nunca acabar; que ya cumplieron su etapa, como éstas hojas y que ya es hora que vuelen y que se dispersen dejando sólo la certeza de lo que fue, la esperanza de una primavera que traiga nuevos brotes para que crezcan nuevas hojas y así el ciclo continúe y así la vida nos muestre nuevas y resplandecientes formas. Así como el día después del temporal en que el cielo se muestra limpio, azul, radiante y el sol brilla en todo su esplendor nuevamente...